En los tiempos que corren, una persona es una mezcla extraña de luces y sombras, de bondad y maldad, generosidad y codicia, y otros tantos aspectos enfrentados.
Ante semejante panorama, y si extrapolamos dicha inestabilidad a la sociedad, tenemos un caldo de cultivo excelente, en donde se desarrollan desde las ideas más extraordinarias a los sucesos más macabros y retorcidos.
La persona evolutivamente se encuentra en un peldaño que quizás le viene grande ante sus obligaciones, pues cabe decir y resaltar que ha usado y abusado claramente de los derechos que dicha posición le otorgaba.
Siendo objetivo, nadie escapa a esta criba, siendo un espejo en que mirarse cada día para saber si merece la pena lo que cada uno hace, o si simplemente parasita, invade o destruye a lo que le rodea.
Parar a pensar, a reflexionar, y tomar las decisiones adecuadas es un esfuerzo tanto individual como colectivo. Tomar medidas conjuntas, a base de perder ciertos privilegios unos pocos para favorecer a quienes carecen de todo y viven con poco o nada, o estamos destinados a desaparecer.
Nuestro legado es destrucción, explotación, miseria y otras tantas palabras que omito decir por no ahondar más en la herida. Su magnitud eclipsa toda la grandeza mostrada durante siglos.
Podemos si queremos. De no hacerlo, el fin de la especie humana es lo merecido. No merece la cantidad de recursos de que dispone y el modo de malgastarlos.
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